El Terapeuta en la terapia de juego

EL TERAPEUTA

Al lado del niño en el cuarto de juegos, no como un supervisor o maestro, ni tampoco como padre sustituto, se encuentra el terapeuta, cuyas capacidades personales e intervención en la terapia de juego no-directiva describiremos a continuación.

La actuación del terapeuta, a través de la terapia no-directiva, no es pasiva, sino todo lo contrario, requiere de toda su atención, sensibilidad y, más aún, de una excelente apreciación de lo que el niño está haciendo o diciendo. Es necesario el entendimiento y un genuino interés en el niño. El terapeuta debe ser permisivo y accesible en todo momento. Estas actitudes están basadas en la filosofía de las relaciones humanas que realza la importancia del individuo como un ser eficiente y digno de confianza a quien se puede encomendar la responsabilidad de su persona; por consecuencia, el terapeuta respeta al niño. Lo trata con sencillez y honestidad. No hay nada frágil o sensiblero en su actitud para con él. Su postura es recta, y tranquila su presencia.

El terapeuta no dirige al niño apurándolo; o ya impaciente, realizando cosas rápidamente por él que implican una falta de confianza en la capacidad del niño para valerse por sí mismo. Jamás se ríe--en ocasiones con él-, pero jamás de él.

Posee una bondadosa paciencia y sentido del humor que relaja al niño, lo tranquiliza, y lo alienta a compartir con él su mundo interior.

Es una persona madura que reconoce la responsabilidad que se le ha confiado cuando acepta el trabajo con un niño. Conserva una actitud profesional en relación a su trabajo y no traiciona la confianza que el niño le ha depositado, comentando con los padres, la maestra o cualquiera otra persona que pudiera preguntar lo dicho por el niño durante su hora de terapia. Es realmente la hora del niño, y una actitud severa es apegada al principio relacionada con lo que dice o hace el niño que es completamente confidencial.

El terapeuta debe gustar de los niños y conocerlos a fondo. Es de gran ayuda si antes ha tenido -experiencia con ellos, independientemente de la proporcionada por la terapia para que de esa forma posea una comprensión y conocimiento de ellos tal como son en su mundo fuera de la clínica.

La edad y apariencia física no parecen ser de importancia. Así como tampoco el sexo del terapeuta. Hombres y mujeres terapeutas han logrado éxito al trabajar con niños. Lo más importante parece ser la actitud subyacente hacia el niño y la terapia en la mente del terapeuta.

El niño es muy sensible y capta con facilidad la sinceridad del adulto. Es rápido para descubrir inconsistencias en las actitudes y comportamiento del adulto. Por lo tanto, seria aconsejable para el terapeuta el esclarecer sus actitudes hacia sus procedimientos terapéuticos, y después realizarlos con solidez y honestidad.

Un buen terapeuta es, en muchos aspectos, como el maestro favorito. Por lo general, éste ha ganado esa distinción debido a sus actitudes básicas hacia sus alumnos, actitudes que generalmente denotan bondad, paciencia, comprensión y constancia, aunadas a la disciplina de otorgar responsabilidad y confianza en el alumno. El maestro, o terapeuta de éxito, puede ser joven o anciano, bien parecido o feo, de vestir elegante o sencillo, pero con una actitud hacia el niño de respeto y acogida.

El terapeuta no puede adoptar estas actitudes. Éstas deben ser parte integrante de su personalidad. Hasta el momento en que comprenda la importancia de lo que en realidad significa el ser del todo. aceptado por otra persona, y valore en su plenitud lo que esto significa, estará en posibilidad de ser permisivo para que el niño pueda ser él mismo, expresarse plenamente, y el terapeuta pueda aceptarlo sin impedimentos. Mientras que la actuación de los terapeutas en la terapia no-directiva. se asemeje a
pasividad esto será lo más alejado de la realidad.

No existe disciplina más severa que el conservar una actitud de completa aceptación, así como el evitar infiltrar cualquier sugerencia directa o insinuación dentro del juego del niño. El permanecer alerta para captar y analizar con precisión los sentimientos que el niño está expresando en su juego, o en su conversación, requiere de una total participación durante todo el tiempo que dure en sesión la terapia de juego.

El éxito de la' terapia empieza con el terapeuta. Debe tener consistencia en su técnica. Poseer firmeza en sus convicciones. Abordar toda nueva relación con confianza y seguridad. Un terapeuta tenso e inseguro origina una relación tensa e insegura entre él y el niño. Es necesario que desee con sinceridad ayudar al niño.

Debe ser un adulto amigable, digno de confianza que aporte algo más que su presencia y un lápiz y papel en el cuarto de juegos. Es necesario, para que la terapia tenga éxito, que el niño perciba un sentimiento de confianza en el terapeuta. Se debe tener cuidado de evitar una relación extrema de una forma u otra. Una demostración de demasiado afecto puede con facilidad eliminar la terapia y crear nuevos problemas para el niño. Las amarras de una relación protectora es otra de las cosas que el niño debe desechar antes de que se le considere "libre".

Un terapeuta no estará preparado para entrar al cuarto de juegos con un niño, hasta que haya desarrollado una disciplina personal, refrenado su temperamento y sienta un profundo respeto por la personalidad del niño. No existe disciplina más severa que aquella que demanda que a todo individuo se le otorgue el derecho y la oportunidad de valerse por sí mismo y realizar sus propias decisiones.

El terapeuta es profesional en su trato con el niño, conserva las citas con él tan puntualmente como lo haría con un adulto, no anula las entrevistas a menos que sea absolutamente necesario, no termina los contactos sin tomar en cuenta los sentimientos del niño o informarle con anticipación para que no se sienta rechazado.

El terapeuta no se relaciona emocionalmente con el niño, porque cuando eso sucede la terapia fracasa y el niño no es ayudado por lo complicado de las circunstancias. Una relación emocional es generalmente evitada si se han asimilado los principios y actitudes básicos, y se está seguro en su' interior de cuáles deben ser las limitaciones, y qué deberá .hacer si el niño se comporta de una forma inesperada (lo cual sucede con frecuencia). Con la suficiente confianza en sí mismo, no es factible que se vea "aniquilado" si el cliente se convierte en una criatura desafiante e increíblemente mañosa que se le acerca con hábil destreza. Se necesita equilibrio, sensibilidad y habilidad por parte del terapeuta para conservar la terapia en función. Si se siente aburrido o cansado durante la terapia de juego, entonces no debe trabajar con niños.

Ya que el terapeuta encontrará que es de gran ayuda el tomar notas de las actividades y conversaciones que se desarrollan en el cuarto de juegos, el material necesario para ello deberá estar a mano; pues descubrirá que una evaluación crítica de lo anotado durante cada sesión en el cuarto de juegos incrementará su habilidad para manejar los diversos problemas que se suscitan en el mismo, desarrollando también su capacidad para comprender el comportamiento de los niños, así como lograr una mayor sensibilidad ante los sentimientos y actitudes que aquéllos expresan en su juego. Estas notas y todos los expedientes relacionados en el transcurso de la terapia deben ser confidenciales, y cuando se discutan por razones profesionales deberán ser lo suficientemente cubiertos para que nadie se vea turbado en forma alguna.

Todo lo que hemos dicho relacionado con el terapeuta puede sintetizarse mencionando que éste debe ser una persona que pueda y acepte la palabra y el fin de los ocho principios básicos que rigen todas las entrevistas con el niño o en la terapia de grupo con los niños.


LOS OCHO PRINCIPIOS BÁSICOS

Los principios básicos que guían al terapeuta en todos sus contactos terapéuticos no-directivos son muy sencillos, pero de enormes probabilidades cuando son ejecutados con sinceridad, consistencia e inteligencia.

Los principios son los siguientes:

1. El terapeuta debe desarrollar una relación interna y amigable con el niño, mediante la cual se establece una armonía lo antes posible.
2. El terapeuta acepta al niño tal como es.
3. El terapeuta crea un sentimiento de actitud permisiva en la relación, de tal forma que el niño se siente libre para expresar sus sentimientos por completo.
4. El terapeuta está alerta a reconocer los sentimientos que el niño está expresando y los refleja de nuevo hacia él de tal forma que logra profundizar más en su comportamiento.
5. El terapeuta observa un gran respeto por la habilidad del niño para solucionar sus problemas, si a éste se le ha brindado la oportunidad para hacerlo. Es responsabilidad del niño decidir y realizar cambios.
6. El terapeuta no intenta dirigir las acciones o conversación del niño en forma alguna. El niño guía el camino; el terapeuta lo sigue.
7. El terapeuta no pretende apresurar el curso de la terapia. Este es un proceso gradual y, como tal, reconocido por el terapeuta.
8. El terapeuta establece solo aquellas limitaciones que son necesarias para conservar la terapia en el mundo de la realidad y hacerle patente al niño de su responsabilidad en la relación.



Fuente:
Terapia de Juego - Virginia M. Axline, pp. 70-73; 81

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