COVID-19: EMOCIONES DURANTE EL CONFINAMIENTO

EMOCIONES DURANTE EL CONFINAMIENTO

Si algo ha caracterizado a la sociedad occidental, especialmente en la última década ha sido en la búsqueda de la felicidad, al respecto se han escrito cientos de manuales de autoayuda, tratando de enseñar a descubrir la felicidad personal.

Aunque cada autor la ha definido de forma diferente, y ha establecido un “camino” distinto para alcanzarlo, han coincidido en entender que se trata de una necesidad social, a la que hay que dar respuesta, donde parece que todos deberían alcanzar la felicidad, como si de una norma social se tratase, pero ¿quién no querría ser feliz?

Muchas son las exigencias sociales que se establecen para llevar una “buena vida”, no siendo suficiente con tener un trabajo, una casa o un coche, si bien este es el planteamiento que se podía hacer uno, cuando las circunstancias cambian, como por ejemplo con las medidas de confinamiento adoptados, en donde los objetivos y deseos que se tenían con anterioridad parecen ahora “poco realistas” y la incertidumbre sobre la enfermedad y del qué pasará después hacen mella en las personas, entonces cabría preguntarse ¿no alcanzar la felicidad por la que se ha estado trabajando y luchando durante tanto tiempo puede llevar a la depresión?

Esto es precisamente lo que se ha tratado de averiguar mediante una investigación desde la Escuela de Psicología de la Universidad de Nueva Gales del Sur, junto con la Universidad Católica Australiana (Australia) y el Departamento de Psicología de la Universidad de Leuven (Bélgica) (Bastian et al., 2015).

En el estudio participaron 200 universitarios belgas, con un rango de edad entre los 17 a 24 años, de los cuales 110 eran mujeres, extraídos de una muestra de 786 voluntarios. De todos ellos se evaluaron las expectativas sociales, especialmente en lo que respecta a las emociones negativas, como ante la soledad, depresión, tristeza o ansiedad; así se midió la presencia de sintomatología depresiva mediante la escala estandarizada denominada Center for Epidemiological Studies Depression (Radloff, 1977); e igualmente se evaluó el nivel de soledad percibida mediante la U.C.L.A. Loneliness Scale (Russell, 1996).

Además, todos los participantes pasaron por una situación donde se les manipulaba emocionalmente,
haciendo sentir al estudiante mejor o peor con sigo mismo. Los resultados muestran que aquellos alumnos que tienen mayores expectativas sociales para alcanzar la felicidad son los que peor soportan no lograrlo, provocando en ellos sentimientos de soledad y depresión. En cambio, los alumnos que tenían bajas expectativas sociales sobre la posibilidad de alcanzar la felicidad, resultaron ser los más
tolerantes ante el hecho de no lograrlo, no presentándose de forma tan acusada los sentimientos de soledad y depresión.

Resultados que permiten reflexionar sobre las exigencias sociales, y cómo estás en ocasiones en vez de facilitar el camino hacia la felicidad, lo entorpecen, al pedir más de lo que la persona puede conseguir, convirtiéndolo en un "fracasado social", lo que acarrea sentimientos negativos que pueden conducir a la depresión.

Exigencias interiorizadas, y en el caso actual de muchos países de confinamiento, hace que aquellas
personas que han perdido su empleo puedan experimentar sentimientos negativos y pensamientos de fracaso personal, debido a que siguen midiéndose por los mismos criterios de “éxito social” anteriores al confinamiento.

Situación que ha afectado a los trabajadores que por la temporalidad de sus contratos o por que las características de sus ocupaciones son difícilmente reconvertibles al teletrabajo, no hacen sino agravar la situación de precariedad que viven, haciendo que el confinamiento pueda ser el detonante de un problema de salud mental, que se puede iniciar con la aparición de la sintomatología depresiva unido a un fuerte sentimiento de infelicidad personal (@diariodeburgos, 2020) (ver Ilustración 34).

Una variable importante y fundamental a la hora de relacionar las experiencias vitales con las emociones es la Inteligencia Emocional, así una adecuada formación durante la infancia, le va a permitir a la persona tener las herramientas necesarias para afrontar la frustración que provoca no poder llegar a las expectativas sociales de la felicidad, cuando esta no se alcanza.

La felicidad, tal y como se ha visto, está intrínsecamente relacionada con las emociones, pero ¿qué
pasa con la felicidad cuando la persona se ve sometida a alteraciones emocionales?

El estado de ánimo es la forma en la que uno se enfrenta a las actividades diarias, y cómo se responde ante las dificultades que van surgiendo.

Lo saludable es ir adaptando el estado a las circunstancias, así en un momento determinado se puede requerir de un cierto nivel de actividad superior, bien para dar una respuesta rápida o enérgica; en cambio, en otros momentos estas deben ser calmadas y pausadas. Por lo que cada uno a lo largo del día suele pasar por casi todos los estados de ánimo, con momentos de mayor o menor intensidad de activación personal en función de las circunstancias que rodean al individuo. Pero cuando estos estados se ven alterados, se está respondiendo de forma desajustada a los requerimientos del momento, es decir de una forma inadecuada, con sobreactividad o inactividad a pesar de que las circunstancias no lo requieran.

Eso no sólo va a poner en riesgo la eficacia del trabajo que se esté desarrollando, sino que además va a afectar a las relaciones sociales, familiares y de pareja.

Estas alteraciones del estado del ánimo pueden llegar a hacerse “crónicas”, provocando que la persona mantenga un nivel de activación elevado continuado, con el consiguiente gasto sobre su salud, causando irritabilidad, repetidas salidas de tono y hasta agresividad, tal y como se puede observar en los trastornos por ansiedad, donde existe un continuo y elevado nivel de activación no justificado por las circunstancias.

Cuando se hace crónica una respuesta de baja actividad, se van a ver perjudicada las relaciones sociales, familiares y personales, pero por lo contario, por la excesiva pasividad, que puede derivar en la inacción y a la dependencia absoluta de otros para hacer hasta las tareas más simples. Esto es lo que sucede en el trastorno de depresión mayor, donde un estado relajado y pausado se hace crónico y pasa a ser parte de la forma de actuar del individuo.

Estos son los casos más frecuentes implicados en la aparición de trastornos del estado de ánimo, aunque también se puede producir una combinación entre ambos estados, cambiando de uno depresivo a uno maniaco, en este caso se estaría ante un trastorno bipolar, en donde lo que predomina, precisamente son los cambios del estado de ánimo desajustados a las circunstancias que se viven.

El repentino cambio de estado, sin previo aviso, o la intensidad de algunos episodios, tanto maníacos como depresivos pueden desconcertar e incluso confundir a las personas próximas.

Aunque actualmente existen tratamientos específicos para el control de los síntomas, lo que le proporciona un mayor período de tiempo estable, este tratamiento en ocasiones es abandonado por los pacientes.

El creer que ya se está "curado" o que ya "no los necesita" son los principales motivos que argumentan para dejar la medicación, pero ¿cómo vivencian los pacientes con Trastorno Bipolar su psicopatología?

Esto es lo que se ha tratado de averiguar desde el Departamento de Psicología de la Universidad de Kumaun (India) (Chandola, 2016).

En el estudio participaron 40 pacientes diagnosticados con trastorno bipolar y 40 sin dicho trastorno que actuarían como grupo control con el que comparar; a todos ellos se les pidió que rellenaran el Dimension Personality Inventory (Bhargawa, 2012). 

Los resultados muestran diferencias significativas en cuanto a género (mayor incidencia en mujeres); en edad (mayor incidencia entre los adultos de entre 40 a 50 años frente a los jóvenes entre 20 a 30 años), pero no se encontraron diferencias significativas entre la valoración de los pacientes con trastorno bipolar frente al grupo control.

Los autores del estudio señalan que el hallazgo es inesperado ya que a diferencia de otras psicopatologías en donde se expresa con síntomas menos evidentes, donde el paciente es consciente y sufre por su enfermedad, en el caso del trastorno bipolar en donde se da una dualidad de síntomas evidentes para cualquier persona externa, a pesar de ello dicha situación no le produce sufrimiento psicológico.

Así padecer este trastorno en una situación como la del confinamiento por días y días, puede acarrear una serie de problemas en dicho paciente, tanto en cuanto al cumplimiento del tratamiento se refiere, pudiendo tender a abandonarlo y con ello a incrementarse su sintomatología; como con respecto a la convivencia con otros miembros de la familia o cuidadores, los cuales van a sufrir el abandono de la medicación siendo en algunos casos el objeto de los episodios maníacos que va a sufrir el paciente bipolar (@ma_pureza, 2020) (ver Ilustración 35).

Antes de llegar a estos extremos en que la emoción se hace crónica en el paciente, se puede hacer mucho para recuperar un tono emocional adecuado a las circunstancias, fortaleciendo la Inteligencia Emocional, de manera que no sienta la misma activación o inactivación de forma continuada, sino que se adapten los estados tensos o relajados en función de las circunstancias de cada momento.

Una intervención terapéutica adecuada, en ocasiones junto con un tratamiento farmacológico controlado, va a ir ayudando a la persona a recuperar su vida normal, y con ello las relaciones sociales, familiares y de pareja a los que tanto ha hecho sufrir durante su enfermedad, permitiendo en definitiva que el individuo recupere un estado de ánimo adecuado que le permita volver a sentir la felicidad.

Pero la felicidad puede verse entorpecida por otro tipo de sentimientos como el de culpa, el cual es una emoción de la que somos conscientes, que surge cuando se sabe que se ha realizado algo indebido, o que se ha dejado de hacer algo debido, es decir aparece como un sentimiento de responsabilidad, tanto por acción como por omisión.

Para que surja este sentimiento se precisa que la persona tenga cierto nivel de moralidad, o por lo menos conciencia de que aquello que se está haciendo no cumple con las expectativas esperables socialmente, o donde la dejadez de acción tampoco es lo deseable.

Actualmente se entiende que el sentimiento de culpa, como el dolor, puede ser tanto positivo o negativo, esto es, el dolor sirve de aviso de que algo no va bien en el organismo y de que se ha de poner “remedio” para superarlo, éste sería el dolor “positivo”; el negativo es cuando éste mismo dolor se mantiene en el tiempo, incluso cuando ya se han adoptado las medidas para superarlo.

Pues bien, exactamente pasa lo mismo con el sentimiento de culpa, éste se activa cuando se ha hecho
algo que se sabe que es incorrecto, según la propia moral, o que se ha dejado de hacer algo debido; lo que debería de llevar a reflexionar sobre por qué se ha errado, y tratar de poner remedio en la medida de las posibilidades propias, con la intención de no volver a equivocarse, una vez “aprendida la lección”, así pues, se trataría de algo positivo, en cuanto que sirve para reflexionar y crecer como persona aprendiendo de los errores.

El aspecto negativo es cuando este sentimiento de culpa permanece durante demasiado tiempo, incluso cuando ya se ha puesto “remedio” a aquello que lo originó, convirtiéndose de esta forma en un “calvario”, que se va a sentir mal consigo mismo por aquello que no consigue
“olvidar”.

Así las personas que tienen estos sentimientos de culpa “anquilosados”, formando ya parte de su manera de ser, van a experimentar una serie de problemas de salud asociados a esa tensión continuada en el tiempo, como son dolor de cabeza o de estómago, opresión en el pecho y pesadez de hombros.

Igualmente, estas personas van a tender hacia una determinada forma de pensar bastante extremista, entre blanco y negro, lo bueno y lo malo, sin percibir los matices de las circunstancias, con pensamientos intrusivos de autorreproche y agresividad contra sí mismos, pero cuando se habla de sentimientos de culpa negativa, se puede distinguir entre tres modalidades:

La primera en donde la persona se auto culpabiliza de “todo lo malo del mundo”, tenga que ver con él o no, es a lo que también se denomina como locus de control interno, por el que se cree que uno es responsable de las consecuencias de todo lo que acontece alrededor, aun cuando en muchas ocasiones las circunstancias no van a depender de lo que haga o deje de hacer, sino de terceras personas que intervienen.

La segunda postura es aquella en el que se echa la culpa de todo a los demás incluso cuando no hayan
participado del hecho, sin asumir responsabilidad ninguna de sus actos o sus consecuencias, denominándose locus de control externo, lo que coloquialmente se llama “echar balones fuera” y consiste en culpar siempre a otro sobre todo de lo que sale mal, ya sea al compañero de trabajo o a la pareja, y es más propio de personas “inmaduras” que se han quedado en una etapa anterior del desarrollo moral, donde identifica lo bueno con uno mismo, y lo malo con los demás.

Una tercera aproximación es la de excusar las responsabilidades propias y de los demás, achacándolo todo a las circunstancias de la vida, como si estas tuvieran “entidad” propia e hiciesen y deshiciesen “a su capricho”, siendo el eximente empleado por aquellas personas que tienen escasa o poca moral, en el sentido de que hagan lo que hagan, no se van a sentir responsables de sus resultados, por lo que van a seguir haciendo cualquier cosa que se les antoje. Un ejemplo de ello sería la persona que se justifica diciendo que “la vida me ha hecho así”, y por lo tanto no se molesta en mejorar ni cambiar, haciendo lo que hace sin ningún tipo de remordimiento al respecto.

En ninguno de los sentimientos de culpa negativos anteriormente descritos se realiza un análisis de las circunstancias que han llevado a errar, ni se asume la parte de responsabilidad que se tiene por las consecuencias que la acción o inacción han acarreado, luego, si no ha servido para reflexionar y aprender, la próxima vez que surja una situación parecida se volverá a cometer el mismo error.

Cualesquiera de las tres situaciones anteriores no van a hacer sino perjudicar el normal desarrollo del individuo, generando conflictividad allá donde se encuentre, ya sea en el ámbito laboral, familiar o de pareja, ya que estos sentimientos de culpa además van a ir acompañados de un comportamiento acorde, en el primer caso de inactividad, por no “hacer más daño al mundo”, evitando el contacto con
el exterior; en los dos restantes buscando el goce sin mirar más allá.

Y por supuesto, esta culpabilidad al igual que sucedía con la frustración al no alcanzar las metas esperables, va a impedir que la persona pueda disfrutar de un estado de felicidad, por lo que primeramente deberá de "arreglar" sus emociones para poder así estar libre en su búsqueda del camino de la felicidad.

Aunque cuando se habla de una población de millones de personas confinadas en sus casas, ¿quién piensa en la felicidad?, pues aunque parezca raro, no sólo se puede sino que es hasta adecuado, no centrándose exclusivamente en los aspectos negativos de las circunstancias actuales, de ahí que desde el gobierno hayan cambiado su programación televisiva para incluir espacios de humor, incluso realizando series cómicas sobre la situación actual para hacerla más llevadera a los ciudadanos mientras dure el confinamiento (@RTVE_Com, 2020) (ver Ilustración 36).

Desde hace años se habla de los beneficios de ser una persona positiva, sobre todo en el ámbito social, aunque a veces este término se suele confundir con el de optimista, siendo que el término positivo hace referencia a un tipo de pensamiento y el segundo a una característica de la personalidad.

Los pensamientos positivos son aquellos que nos hacen apreciar lo que tenemos alrededor, pensar que todo va a salir bien y que el esfuerzo se verá recompensado. Igualmente, el pensamiento positivo permite creer que los demás van a ser congruentes y justos en sus valoraciones. Estos pensamientos se contraponen a los negativos, donde todo es injusto, feo, inadecuado; primando sentimientos de envidia, autocrítica y falta de valoración de uno mismo.

Un tipo de pensamiento u otro van a jugar un papel fundamental en cómo nos perciben los otros y reaccionan al respecto, así a las personas positivas se las suelen tener en estima, mientras que a las negativas se las suelen ir "marginando" y dejando de lado, por lo que socialmente es más “rentable” ser positivo, pero ¿cuál es el papel de los pensamientos positivos en el ámbito de la salud?

Esto es lo que ha tratado de responderse con una investigación realizada desde el Departamento de
Educación Especial de la Universidad de Thessaly (Grecia) (Karampas, Michael, & Stalikas, 2016).

En el estudio participaron 395 cadetes de la academia del ejército griego, con edades comprendidas entre los 18 a 22 años, de los cuales 123 eran mujeres.

Todos ellos rellenaron un cuestionario estandarizado para evaluar la resiliencia denominado Connors-Davidson Resilience Scale (Connor & Davidson, 2003); otro para evaluar los pensamientos positivos a través del Positive and Negative Affect Scale (Watson, Clark, & Tellegen, 1988) y la salud general a través del The General Health Questionnaire-28 (Goldberg & Hillier, 1979).

Los resultados informan de una correlación significativa entre los pensamientos positivos y la resiliencia. Esto es, a mayor cantidad de pensamientos positivos la persona se siente más capaz de superar cualquier dificultad en la vida, e igualmente se obtuvieron correlaciones significativas entre los pensamientos positivos y la salud general del participante, esto es, las personas positivas estaban más sanas que las que tenían pensamientos negativos.

Hay que tener en cuenta que el estudio se ha realizado con una población muy específica, cadetes militares, los cuales están sometidos a un nivel de exigencia y estrés muy superior al del resto de la población, por lo que, con la salvedad comentada, se puede concluir que los pensamientos positivos van a servir para prevenir el deterioro de la enfermedad de aquellas personas que están sometidas a altos niveles de presión y ansiedad.

En el caso de los que están confinados en su domicilio, aunque dicha situación no se podría considerar inicialmente como estresante, ya que se encuentra en el hogar, junto con sus seres queridos y sus pertenencias, a pesar de ello la incertidumbre sobre cuándo se acabará dicho encierro, y sobre todo el motivo de la crisis sanitaria que los sustenta, hace que se convierta en una situación agobiante e incluso estresante para algunos.

Esto no quiere decir que sirva para combatir el COVID-19, ni que vaya a mitigar sus efectos si se contagia uno, pero sí que puede ayudar a mantener un estado de salud general en mejores condiciones, aspecto que se resalta como fundamental por parte de las autoridades de salud para reforzar las defensas, a la vez que fomentan una alimentación saludable.

De forma que, si el organismo se ha de enfrentar a la enfermedad, este lo pueda hacer en las mejores condiciones posibles.

Fuente:
Aspectos psicológicos del COVID-19 - pp. 148-165
Juan Moisés de la Serna


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