Las Distorsiones Cognitivas
El nombre de distorsión cognitiva hace referencia a un tipo de pensamientos que nos conducen a una interpretación deformada de la realidad, llevándonos a conclusiones arbitrarias, subjetivas e irracionales que en muchos casos poco o nada tienen que ver con lo que está ocurriendo. Las distorsiones cognitivas son automáticas y obedecen a un tipo de lógica que en la mayoría de los casos se sustenta en premisas erróneas y cuestionables. A continuación vemos un ejemplo de este tipo de razonamiento:
“El otro día le dije a mi madre que no podía acompañarla al médico porque tenía una reunión en el trabajo. No me dijo nada pero hoy, cuando he hablado con ella, estaba seria y distante. Seguro que se ha enfadado conmigo por no acompañarla”.
El silogismo que ha utilizado esta mujer es el siguiente:
A. “Mi madre a veces se enfada cuando no accedo a sus peticiones”.
B. “El otro día no pude acompañarla al médico”.
C. “Hoy estaba enfadada conmigo por ello”.
Lo que había ocurrido en realidad es que la madre de esta mujer acababa de hablar con su gestor, quien le había comunicado que sus acciones en bolsa estaban bajando estrepitosamente. La protagonista de esta historia comete un tipo de distorsión muy frecuente llamada Personalización, según la cual tendemos a relacionar cualquier hecho o acontecimiento con nosotros mismos, considerándonos directamente implicados y responsables de la situación hasta el punto de que ni siquiera nos molestamos en preguntarle al otro acerca del motivo de su conducta.
Errores de interpretación como éste, son bastante frecuentes en aquellas personas que tienen problemas en sus relaciones sociales. Cuanto mayor sea su frecuencia, es decir, cuantas más distorsiones cometamos, mayor será nuestra ansiedad en situaciones de interacción, y por lo tanto menos probabilidades tendremos de ser asertivos.
Una conducta no asertiva ante una situación que hemos interpretado distorsionadamente, da lugar a conclusiones autorreferenciales negativas relacionadas con nuestra propia ejecución, así como a expectativas futuras igualmente negativas. Cuando estas mismas conclusiones se repiten una y otra vez de forma machacona e insistente, pasan a formar parte de nuestros esquemas mentales, es decir, de nuestra peculiar y genuina forma de pensar, condicionando previamente la situación inicial, de tal manera que, siempre que se dé esa misma situación (o similar) pondremos en marcha el mismo proceso con idénticos resultados.
Una vez más, es evidente que los pensamientos, sean del tipo que sean, ejercen un papel directorio en los procesos emocionales y conductuales. Vamos a enumerar ahora los diferentes tipos de pensamiento distorsionado que existen.
Tipos de pensamiento distorsionado
• Polarización
La característica de este tipo de distorsión consiste en dividir la realidad en dos polos o extremos sin admitir posibilidades intermedias. Las personas son buenas o malas, están conmigo o contra mí, merecen mi adhesión total o mi desprecio más absoluto, y lo mismo ocurre con las situaciones que son invariablemente favorables o al contrario, totalmente adversas. Este tipo de distorsión conlleva un alto grado de rigidez mental, de tal forma que la persona es incapaz de contemplar toda una gama de posibilidades intermedias, sin duda la mayoría de las ocasiones, más ajustada a la realidad. La persona que utiliza frecuentemente esta distorsión, tiende a pasar de la euforia al desánimo con suma facilidad en función de que se considere a sí misma maravillosa o fracasada, brillante o inútil, perfecta o desastrosa. Y lo mismo ocurre cuando enjuicia o valora a los demás.
• Generalización excesiva
A partir de un simple hecho o acontecimiento aislado concluyo que siempre va a ocurrir de la misma manera, es decir, generalizo a otros hechos o acontecimientos más o menos similares pero distantes en el tiempo. Cuando a María se le quema la comida piensa que nunca va a ser una buena cocinera; Juan ha recibido una bronca del jefe y piensa que siempre está metiendo la pata; Mercedes entiende una negativa de una amiga como “nadie quiere salir conmigo”; Lucía reacciona ante una broma de su compañera pensando: “Todos se ríen de mí”. Estas personas interpretan su existencia en términos de nunca, siempre, nadie, todos, etc. La generalización excesiva les impide abordar una situación de forma asertiva, puesto que anticipan sistemáticamente que ocurrirá de la misma manera hagan lo que hagan.
• Etiquetación
Es en realidad una variante de la generalización excesiva. Consiste en considerar un error puntual, cometido por los demás o por mí, como una característica permanente de la persona, es decir, como una etiqueta que colgará de ella el resto de su vida. Esta distorsión la utilizan frecuentemente los adultos para describir determinados comportamientos infantiles, a los que otorgan mediante la etiqueta un valor permanente. Los niños son nerviosos, llorones, vagos, desobedientes, y un largo etc. de calificativos que les acompañarán hasta la edad adulta. La etiquetación supone, como la generalización, un obstáculo al cambio. Alguien que se dice a sí mismo: “Soy un aburrido”, en vez de “Hoy no he estado demasiado ocurrente cuando charlaba con mis amigos”, está convirtiendo un comportamiento puntual en una característica personal de valor permanente, por lo que actuará en lo sucesivo conforme a esa etiqueta y no se planteará la posibilidad de cambiar dicho comportamiento, puesto que lo considera un defecto personal y no una respuesta puntual.
• Personalización
La historia con la que inaugurábamos este capítulo, es un ejemplo de personalización. Este tipo de distorsión es muy común en personas con autoestima baja y/o problemas de asertividad. Cuando personalizamos nos colocamos como punto de referencia de todo lo que acontece a nuestro alrededor,
situándonos, en general, en posición de culpabilidad o inferioridad: una madre se considera culpable de que su hijo saque malas notas en el colegio, un joven, cuando su novia le dice que no puede quedar, piensa que ella se ha cansado de él, un hombre ante los problemas económicos de la familia se siente responsable por no ser capaz de ganar más dinero. Todas estas personas están creando vínculos subjetivos entre una situación externa y ellos mismos, atribuyéndose la responsabilidad de los resultados.
• Magnificación y minimización
Es una distorsión de la realidad según la cual cualquier acontecimiento o hecho negativo tiende a magnificarse, mientras que lo positivo se minimiza, restándole importancia. Las personas poco asertivas tienden a utilizar este tipo de distorsión cuando valoran sus propios comportamientos en relación con los demás. Si alguien les dice, por ejemplo, que han hecho un buen trabajo, suelen infravalorar esta opinión otorgándole escasa credibilidad. Por el contrario, cualquier error o desliz lo viven como algo de consecuencias irreparables, del que no podrán librarse en mucho tiempo.
• Lectura de pensamiento
Es un hecho bastante común que a todos nos gustaría en algún momento de nuestra vida cotidiana saber lo que está pasando por la cabeza del otro, es decir, leer sus pensamientos. Algunas personas especialmente inseguras y sensibles ante los juicios y opiniones de los demás, utilizan con demasiada
frecuencia esta estrategia, actuando conforme lo que creen que el otro desea o piensa en ese momento. Leer el pensamiento o interpretarlo en función de nuestras propias expectativas o temores es una distorsión cognitiva que nos lleva en numerosas ocasiones a conclusiones erróneas.
María, por ejemplo, cuando acude a una reunión social, se fija especialmente en la miradas y comentarios de los demás, e inmediatamente, como un resorte, aparece la idea: “Están pensando que soy una aburrida porque hablo poco, la próxima vez no me llamarán”. Jaime, cuando su jefe pone cara de impaciencia. se dice a sí mismo: “Está pensando que soy un pesado. Quiere despacharme pronto”. Mercedes, cuando su marido aparece con un ramo de flores, piensa: “Se siente culpable”.
Realmente, tal y como están formuladas, no existe ninguna posibilidad de que estas presunciones sean sometidas a prueba, nacen de la propia inseguridad y temores de María, Jaime y Mercedes. Sin embargo, todos ellos se las creen como si fueran irrebatibles, sintiéndose mal y actuando en consecuencia.
• Razonamiento emocional
Partiendo de una emoción o sentimiento negativo acerca de uno mismo, se extraen conclusiones igualmente negativas acerca de la propia experiencia vital. Por ejemplo, si me siento culpable deduzco que algo de lo que he hecho está mal, aunque no sepa concretamente lo que es. Si me siento un fracasado, busco en mi experiencia personal elementos que confirmen esta sensación, hasta concluir que realmente soy un fracasado. Si un día me levanto de la cama con sentimientos de tristeza, pienso que mi vida realmente no merece la pena. En definitiva, las emociones negativas se viven como algo independiente que hay que justificar en nuestra propia existencia, apelando a hechos o personas que confirmen o “racionalicen” nuestro malestar.
• Tener razón
Determinadas personas sienten la necesidad de justificar, argumentar y comparar sus opiniones y comportamientos en una búsqueda incesante de la propia razón. Las opiniones o experiencias contrarias o diferentes sólo son un punto de partida para afianzar las suyas propias, que intentan situar
siempre en un nivel superior, de mayor importancia o credibilidad. Las personas que siempre quieren tener razón pierden, a la larga, la capacidad para empatizar, situándose en el lugar del otro, escuchando sus opiniones y respetando sus puntos de vista. Se niegan a sí mismas la posibilidad de aprender, puesto que nadie puede enseñarles nada. Con lo cual introducen, tanto en sus pensamientos como en sus comportamientos, un sesgo patológicamente subjetivo al negarse a contrastar sus opiniones y experiencias, en la creencia claramente distorsionada de que son las mejores o las únicas.
El objetivo prioritario de sus interacciones sociales es demostrar que tienen razón.
• Falacia de la recompensa divina
Este tipo de distorsión se constituye a veces en el motor o motivación última de muchos comportamientos. La abnegación, el sacrificio, la entrega de mucha gente, es vivida por ésta como un acto de fe que tendrá su recompensa quizás en este mundo, quizás en otro. La falacia de la recompensa divina, cuya expresión favorita sería: “Algún día tendré mi recompensa”, impulsa a la persona a actuar de “forma correcta”, tal y como se espera que lo haga según el rol que le han adjudicado, desatendiendo si es preciso sus propias necesidades y anteponiendo los intereses ajenos. La justificación última de este comportamiento, sin duda distorsionado, es, por supuesto, la recompensa que algún día espera obtener.
Celia era la menor de cuatro hermanos y además la única chica. Sus hermanos fueron marchándose de casa a medida que se casaban o emprendían otros proyectos de vida. A ella le reservaron un papel especial: se quedaría al cuidado de sus
¿Por qué no logro ser asertivo? - pág 26-32
Comentarios
Publicar un comentario